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sábado, 25 de julio de 2009

Individuación, Autoconocimiento, Autodeterminación y Autodesarrollo


Nos dice Sergio Sinay: La historia del ser humano es, en términos genéricos e individuales, la de un proceso creciente de individuación y de libertad, señala Erich Fromm (1900-1980), en El miedo a la libertad. Fromm fue un gran pensador humanista, un filósofo que, tras haber abrevado en ellos, cuestionó el pensamiento psicoanalítico y el marxista, como también el modelo de vida materialista impuesto por la sociedad industrial contemporánea. El miedo a la libertad es, no sólo un libro capital en su rica obra, sino una vía nutricia y accesible hacia la toma de conciencia sobre el potencial de las cualidades humanas y sobre la oscuridad que sobreviene cuando éstas se anulan. Un libro, en fin, cuya lectura y discusión mucho bien haría a estudiantes secundarios y universitarios y acaso debería estar en sus programas, independientemente de las carreras y orientaciones elegidas. El bebe recién nacido no percibe diferencias entre él, su madre y el mundo. A partir de allí le espera el camino de construcción de la propia individualidad, del encuentro con aquello que cada uno es y nadie más puede ser y plasmar. Alcanzar la individuación (el Yo que cada uno es) significa tomar contacto, también, con lo que Fromm denomina separatidad. Con nuestra intransferible singularidad. Ello genera angustia, nos confronta con la posibilidad de una soledad absoluta. Si soy único, ¿alguien me entenderá, alguien sabrá lo que es sentir como siento, necesitar lo que necesito? Sin embargo, la separatidad es, asimismo, la posibilidad del amor entendido como el encuentro con el otro en un punto en el que ambos nos rescatamos del ensimismamiento inicial y trascendemos. El miedo a la libertad es el miedo a la individuación. Para aplacarlo, nos adaptamos. Para no quedar aislado y no arriesgarme al proceso de asumir quién soy (que me exigiría hacerme cargo de decisiones, elecciones y consecuencias), seré lo que quieran de mí, acataré, agradaré a cualquier precio, me conformaré (en el plano íntimo y personal) y me someteré (en el plano social y colectivo). Me quedaré afuera de mi propio ser o seguiré el rumbo de cualquier manada a la que un líder (un macho alfa) proponga seguridad, inconciencia, facilidad. Nuestra amiga Mónica verá entonces que conformismo y sumisión son dos caras del mismo miedo. Por supuesto, una manera disfuncional de afrontarlo es negarse a crecer, a madurar, a individuarse. Somos como adolescentes, dice Mónica, mirando a la sociedad en que vivimos, y su percepción, desde mi punto de vista, no es errónea. La libertad no significa ausencia de obstáculos, compromisos y deberes. Una persona es libre cuando, ante los límites naturales que son sinónimos del vivir, toma decisiones y responde (y se responde) por ellas. Una masa crítica de personas que confunde el concepto de libertad y teme elegir, decidir y responder, se transforma en una sociedad de adolescentes, aunque cronológicamente un número significativo de sus miembros sea adulto. Una sociedad de este tipo es formalmente libre, pero en sus vínculos interpersonales, en sus proyectos y conductas colectivas, así como en sus visiones compartidas, suele revelarse prisionera de sus miedos, de sus prejuicios, de su limitado nivel de conciencia y responsabilidad. Fromm decía que el ser humano sufre hoy menos por la pobreza que por sentirse engranaje de una maquinaria que deja a su vida vacía de sentido. Ante eso proponía más democracia real, más coraje espiritual, más conciencia, responsabilidad y actitudes individuales. Sólo así, sostenía, se insufla "fe en la libertad como realización activa y espontánea del yo individual". Y se sale del conformismo y la sumisión. La Nación: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1150865

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